tag:blogger.com,1999:blog-79485418082178039112023-11-16T03:56:13.124-08:00La Mancha/09<br>ESPACIO DE LITERATURA EN ESPAÑOL<br><br><br>|<a href="http://delamanchaliteraria.blogspot.com/">inicio</a> | <a href="http://delamanchaliteraria09.blogspot.com/2008/08/juan-carlos-chirinos-juancarloschirinos.html">quiénes somos</a>|<a href="mailto:lamancha23082007@yahoo.es">contacto</a>|Unknownnoreply@blogger.comBlogger16125tag:blogger.com,1999:blog-7948541808217803911.post-52578367595335815192008-08-31T09:37:00.001-07:002008-09-03T04:44:22.586-07:00<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgn4N6C55OwSZaHLuRPfjyzm-E6x0BPPjNPTVh3b9f-WImR5Y0IxDgdCwcDujT3CrTdm-hFZu85AyK0Op3jUxyGU_fPcqhB0l2opQw15EGL-qIHbQyouUaofWTk88mzXDdi8bougmMw-do/s1600-h/banda+para+portada.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgn4N6C55OwSZaHLuRPfjyzm-E6x0BPPjNPTVh3b9f-WImR5Y0IxDgdCwcDujT3CrTdm-hFZu85AyK0Op3jUxyGU_fPcqhB0l2opQw15EGL-qIHbQyouUaofWTk88mzXDdi8bougmMw-do/s400/banda+para+portada.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5230069276700174674" /></a><br /><br /><div align="left"><br><span style="font-family:garamond;font-size:175%;"><span style="color:#000099;"><a href="http://delamanchaliteraria09.blogspot.com/2008/08/cristales-y-aceros.html">CRISTALES Y ACEROS</a> </span></div></span><br /><div align="justify"><span style="font-family:garamond;"><span style="color:#990000;"><span style="font-size:200%;"><em><span style="font-family:garamond;color:#990000;"><a href="http://delamanchaliteraria09.blogspot.com/2008/08/domnico-chiappe-lima-per-1970.html">Doménico Chiappe</a></span></em><br /></span></span></span><br />El asesino de mi padre se mudó enfrente de la casa de mi madre, que vive sola. El asesino de mi padre se aloja en la trastienda de una cristalería: un símbolo: no tiene por qué ocultarse. Con transparencia sesgó una vida. Desde que el asesino de mi padre se mudó enfrente de la casa de mi madre, ella ya no habla, susurra. Ha dejado de encender las luces y se esconde tras la cortina para fijar la vista en el escaparate de vidrio reflectante a través del que el asesino de mi padre puede mirar sin que le miren. Quise mudarme a casa de mi madre, pero ella se negó. Tienes una vida, me dijo, no la arruines.<br /></div><div align="right"><a href="http://delamanchaliteraria09.blogspot.com/2008/08/cristales-y-aceros.html"><em><span style="font-size:85%;">seguir leyendo</span></em></a> </div><div align="justify"><br /><br /><br /><span style="font-family:garamond;font-size:180%;"><span style="color:#000099;"><a href="http://delamanchaliteraria09.blogspot.com/2008/08/postal-japonesa.html">POSTAL JAPONESA</a></span><br /></span><br /><span style="font-family:garamond;"><span style="color:#ff9900;"><em><span style="font-family:garamond;font-size:200%;color:#990000;"><a href="http://delamanchaliteraria09.blogspot.com/2008/08/jos-carlos-catao-islas-canarias-espaa.html">José Carlos Cataño</a></span></em><br /></span></span><br />Hay rostros de mujer que se repiten, y por eso también es buena la vida. Son rostros de otra época que vuelven y nos rebasan, y que al hacerlo nos confunden aún más en este tiempo que llamamos nuestro. Tiempo nuestro..., remiendo de aquel momento y aquel otro, acartonada sombra de lo que fue, residuo de eternidad que se alimenta de lo vivido y luego nos abandona para seguir siendo ella, la eternidad, en cualquier parte. Tiempo nuestro..., pleamar incontenible en cuyas aguas ya no queda ni fango primitivo, ni átomo de la tierra de origen.<br /></div><div align="right"><em></em><a href="http://delamanchaliteraria09.blogspot.com/2008/08/postal-japonesa.html"><em><span style="font-size:85%;">seguir leyendo</span></em> </a></div><br /><br /><span style="font-family:garamond;font-size:180%;"><span style="color:#000099;"><a href="http://delamanchaliteraria09.blogspot.com/2008/08/el-veneciano.html">EL VENECIANO</a></span><br /></span><br /><span style="font-family:garamond;"><span style="color:#ff9900;"><em><span style="font-family:garamond;font-size:200%;color:#990000;">Ernesto Pérez Zúñiga</span></em><br /></span></span><br /><div align="justify">Vivo en la isla de los muertos, frente a la bella ciudad del tiempo. Las tres cancelas permanecen cerradas con gruesas cadenas. También ésta, cuyos adornos de hierro aprietan mis manos. Al otro lado de la cancela algunos escalones descienden al mar, a las suaves ondas sobre las que nada en este instante un pájaro estilizado y oscuro. Se picotea el pecho. Vigila el este y el oeste. Y al fin se sumerge para matar un pez. Son las aguas que quebrantan la ciudad más hermosa del mundo, donde los canales esquinan el pasado de cada palacio, y mi propio pasado desde luego.<br /></div><br /><p></p><div align="right"><a href="http://delamanchaliteraria09.blogspot.com/2008/08/el-veneciano.html"><em><span style="font-size:85%;">seguir leyendo</span></em> </a></div><br /><br /><span style="font-family:garamond;font-size:180%;"><span style="color:#000099;"><a href="http://delamanchaliteraria09.blogspot.com/2008/08/envenenamiento-textual.html">ENVENENAMIENTO TEXTUAL</a></span><br /></span><br /><span style="font-family:garamond;"><span style="color:#ff9900;"><em><span style="font-family:garamond;font-size:200%;color:#990000;">Juan Carlos Chirinos</span></em><br /></span></span><br /><div align="justify">—Terminé —dijo el negro.<br />—¿Puedo firmar? —contestó el autor.<br />—¿Puedo cobrar <em>antes</em>? —propuso, a su vez, el negro.<br />—No veo por qué no, siempre que me entregues el manuscrito —aseguró el autor a punto de ser cordial, mientras miraba engolosinado el bloque de hojas impresas con su texto. —Debo enviarle <em>mi</em> novela a <em>mi</em> agente para que negocie un nuevo contrato con <em>mi</em> editor.<br /></div><br /><p></p><div align="right"><a href="http://delamanchaliteraria09.blogspot.com/2008/08/envenenamiento-textual.html"><em><span style="font-size:85%;">seguir leyendo</span></em> </a></div><br /><br /><span style="font-family:garamond;font-size:180%;"><span style="color:#000099;"><a href="http://delamanchaliteraria09.blogspot.com/2008/08/un-montn-de-pequeos-trozos-de-alga.html">UN MONTÓN DE PEQUEÑOS TROZOS DE ALGA</a></span></span><br /><span style="font-family:garamond;"><span style="color:#ff9900;"><em><br /><span style="font-family:garamond;font-size:200%;color:#990000;">Nicolás Melini</span></em><br /></span></span><br /><div align="justify">Un día antes, para ser exactos, Lola se había ido de casa. Estaba en un hotel de la isla. Ella era de fuera, así que no tenía familia a la que acudir. Cogió una maletita y se fue a un hotel. Yo había sido poco convincente al negar que hubiera estado con Laura. No sé por qué pero sonreí ante todas aquellas recriminaciones suyas (como si no me importase que lo supiera). Si hubiese hecho un pequeño esfuerzo… Si le hubiese dicho que no, que estaba equivocada, que yo no la había traicionado con nadie… Pero no lo hice. La vanidad pudo más y sonreí seductor, como si encima estuviese orgulloso de ello. Ella cogió sus cosas y se marchó.<br /></div><br /><p></p><div align="right"><a href="http://delamanchaliteraria09.blogspot.com/2008/08/un-montn-de-pequeos-trozos-de-alga.html"><em><span style="font-size:85%;">seguir leyendo</span></em> </a></div><br /><br /><span style="font-family:garamond;font-size:180%;"><span style="color:#000099;"><a href="http://delamanchaliteraria09.blogspot.com/2008/08/mximo.html">MÁXIMO</a></span><br /></span><br /><span style="font-family:garamond;"><span style="color:#ff9900;"><em><span style="font-family:garamond;font-size:200%;color:#990000;">Juan Carlos Méndez Guédez</span></em><br /></span></span><br /><div align="justify">Máximo Díez publicó su primer libro en febrero de 2007. Una colección de relatos alrededor de las fotos de Cortázar, y dos novelas breves: una protagonizada por mujeres desnudas nadando a la medianoche en el Sena, y otra por hombres desesperados que cantaban con voz rota canciones del Binomio de Oro.</div><br /><p></p><div align="right"><a href="http://delamanchaliteraria09.blogspot.com/2008/08/mximo.html"><em><span style="font-size:85%;">seguir leyendo</span></em> </a></div>Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7948541808217803911.post-20192439773822929702008-08-31T09:33:00.007-07:002008-09-03T04:37:37.901-07:00CRISTALES Y ACEROS<div align="justify"><span style="font-family:garamond;font-size:200%;color:#990000;"><em><a href="http://cronicasyotrasnaranjas.blogspot.com/">Doménico Chiappe</a></em></span><br /><br /><div align="center"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiY-dRouX8YYvEmFvg-BwJc1VH3AQ1xSIBPI7kvgbk0T0tW1I8YW83MHHdxDLyS_hU5rEO3XDx-2aGseQp-mI8QNrICT0btx1ZSs_TNndFZoISPVsSBRUsSCs1uTR_UChGUwr5HQnDdNgk/s1600-h/DSCF0676.JPG"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiY-dRouX8YYvEmFvg-BwJc1VH3AQ1xSIBPI7kvgbk0T0tW1I8YW83MHHdxDLyS_hU5rEO3XDx-2aGseQp-mI8QNrICT0btx1ZSs_TNndFZoISPVsSBRUsSCs1uTR_UChGUwr5HQnDdNgk/s320/DSCF0676.JPG" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5229931654638946882" /></a><span style="font-size:85%;"><em>Ámsterdam</em>, foto de juan c. chirinos</span></div><br /><br />El asesino de mi padre se mudó enfrente de la casa de mi madre, que vive sola. El asesino de mi padre se aloja en la trastienda de una cristalería: un símbolo: no tiene por qué ocultarse. Con transparencia sesgó una vida. Desde que el asesino de mi padre se mudó enfrente de la casa de mi madre, ella ya no habla, susurra. Ha dejado de encender las luces y se esconde tras la cortina para fijar la vista en el escaparate de vidrio reflectante a través del que el asesino de mi padre puede mirar sin que le miren. Quise mudarme a casa de mi madre, pero ella se negó. Tienes una vida, me dijo, no la arruines.<br /><br />La visito todos los días, intento quedarme hasta que se acuesta. GU no me lo reprocha, pero le noto inquieto. Desde que nos conocimos, siempre sabe lo que haré, incluso antes que yo, así que no le miento. Nunca lo he hecho.<br /><br />–No debería estar libre –me dijo el día que le otorgaron el tercer grado al asesino de mi padre.<br /><br />–Nosotros luchamos por la autodeterminación, ¿recuerdas? Tú y yo nos conocimos cuando protestábamos para que gente como mi padre nos escuchara.<br /><br />–Queríamos que acercaran a los presos, no que liberaran asesinos.<br /><br />–No te contradigas por mí, GU. No hace falta.<br /><br />No sé cómo reaccionaré el día que me cruce con él. Le conozco, sé cómo es su rostro, cómo es su risa.<br /><br />El vecino del cuarto me dijo que mi madre ya se lo ha encontrado varias veces en la calle:<br /><br />Ella no cambia de acera, no baja la vista, pero no le mira, le atraviesa como si fuera el aire, me dijo.<br /><br />Sí, él le busca los ojos.<br /><br />No, eso no te lo puedo decir. No sé si se ríe, no sé si comienza a reírse cuando tu madre se acerca o cuando se aleja. No sé si se ríe de ella. No sé, no me hagas esas preguntas, por favor.<br /><br />Para qué quieres saber si los vecinos de tu madre compran en esa tienda, no sé, no sé.<br />Ayer quise entrar en la cristalería. Un desconocido bloqueó la puerta antes de que llegara.<br /><br />–Vengo a comprar un vidrio –dije.<br /><br />–La tienda está cerrada.<br /><br />–¿Y el dueño?<br /><br />No respondió. Nos miramos hasta que movió la cabeza de un lado para otro.<br /><br />Cuando subí a casa de mi madre, encontré que las cosas del armario yacían desordenadas sobre la cama y sobre el sofá del salón. Minúsculos y grandes recuerdos de la vida conyugal dispersos como una erupción de viruela. Mi madre me dijo que buscaba la medalla al mérito con que condecoraron a mi padre. Sabía que mentía. La chapa estaba en el cofre de madera, de donde mi padre no la sacó nunca.<br /><br />Quería dártela, me dijo.<br /><br />Recordé que mi padre tenía un revólver. Nunca supe cómo lo adquirió ni por qué no lo llevaba consigo el día que lo mataron. ¿No sería eso lo que mi madre buscaba? Le dije que aquella medalla quizás estuviera en una caja el armario y que intentaría hallarla mientras ella cocinaba. Rebusqué en las maletas y los abrigos. Encontré el revólver, lo abrí, estaba pulcra y con balas, como toda pistola de quien no desenfunda.<br /><br />La guardé en mi cartera y cené con mi madre.<br /><br />Cómo va el juicio, pregunté.<br /><br />Mi madre había iniciado un proceso para demostrar que el homicida de mi padre no era insolvente, como adujo para eludir la orden judicial que, además de sentenciarle a cumplir una pena que se abrevió hasta la ridiculez, le obligaba a indemnizar a mi madre. Mi madre cree que bastará con demostrar que la cristalería es propiedad del asesino de mi padre. Yo no creo que logre mancillar su impunidad. Antes de despedirnos, mi madre me dijo:<br /><br />No olvides nunca que tu padre te amaba. En estos años, si tú hubieras querido verle alguna vez, él no te habría reprochado nada.<br /><br />Mi padre y yo no volvimos a hablar desde la tarde que le confronté a la salida del tribunal. El juez, pálido y sin habla, había sido derrotado por su hija, una rebelde que lo insultó en público para reivindicar unas ideas diferentes a las suyas.<br /><br />Anoche, quise esconder la pistola en algún lugar de mi propia casa y no pude. Desde que murió mi padre, GU me vigila con celo. No quería que se preocupara aún más por verme con un arma. Así que la he dejado en mi cartera, hasta que un día que esté sola en casa, pueda buscar un escondrijo, alguno de esos recovecos capaces de engullir los recuerdos.<br /><br />Hoy se celebrará una manifestación a favor del asesino de mi padre. El lema: no a la venganza. Él encabezará una pequeña multitud que seguirá una ruta que incluye la calle de la cristalería. Con seguridad se detendrá bajo las ventanas de mi madre y coreará las exigencias del asesino: paralizar toda investigación.<br /><br />Quiero acompañar a mi madre. Salgo del despacho y conduzco hasta su calle. Aparco el coche y llamo a GU desde el móvil.<br /><br />–Saldré tarde hoy, el jefe quiere que vaya a visitar a un cliente.<br /><br />–¿A quién?<br /><br />–Uno nuevo, no recuerdo su nombre, si quieres lo busco en la carpeta.<br /><br />–No, no importa.<br /><br />Camino hacia el portal del edificio de mi madre. Puedo ver que la cristalería está cerrada.<br /><br />–Cualquier cosa puedes llamarme al móvil –le digo a GU.<br /><br />–Iré a visitar a tu madre con los niños, nos vemos allí –me dice.<br /><br />–No pensaba ir hoy, mejor no vayas.<br /><br />–Iré de todos modos.<br /><br />Me detengo cerca del portal.<br /><br />–Mejor nos vemos en casa –le digo.<br /><br />–¿Quién es el cliente?<br /><br />–No recuerdo su nombre, ya te lo dije. Si quieres, lo busco en mi agenda y te llamo.<br /><br />–No, no importa –dice GU–. Escucha, OS ha sido la mejor alumna del mes. Le han dado una estrella.<br /><br />Escucho un rumor a mi espalda. La marcha se acerca.<br /><br />–¿Me escuchas? –pregunta GU.<br /><br />–Sí, sí. Tengo que cortar, se me hace tarde.<br /><br />–¿Y ese cliente dónde tiene su oficina? Quizás podríamos vernos cerca de allí e ir todos a visitar a tu madre.<br /><br />–No tengo ganas, ¿me oyes? No insistas, por favor, tengo que cortar.<br /><br />–Hoy es la manifestación, dónde estás.<br /><br />–Qué manifestación, no sé nada de nada.<br /><br />Volteo, ya puedo ver la pancarta que se acerca, como una ola que revienta sobre un niño sentado en la arena. Me doy media vuelta. No he abierto el portal aún. Saco la llave. Me pregunto si el Estado también sería indulgente conmigo.<br /><br />–Dónde estás –insiste GU–. AI, entra en un bar, o a cualquier sitio donde puedas encerrarte y no te muevas.<br /><br />–Oye, tengo que colgar, te quiero mucho. Diles a las niñas que las quiero.<br /><br />–No, no cuelgues<br /><br />Guardo la llave, dejo mi mano dentro de la cartera. Las puntas de mis dedos se congelan al tocar el acero. La pancarta me roza. A mi lado sonríe el asesino de mi padre. No me ha visto; aún.</div>Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7948541808217803911.post-44678553077937640042008-08-31T09:33:00.005-07:002008-09-03T04:37:10.476-07:00POSTAL JAPONESA<div align="justify"><span style="font-family:garamond;font-size:200%;color:#990000;"><em><a href="http://www.josecarloscatano.com">José Carlos Cataño</a></em></span><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhUlhxO2_Ir1nwNcwPfVRFpIp8QUFVO9nOGWhsOE37kty8jcACOayg0T-eAfACHlBZJbvxyishzHbWUG-7pcVZias_vmdoOXtR95EPFf-cT1RMF2RUOB2xyW-Ljb8fuopjxqJ4PCHymEjM/s1600-h/geisha.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhUlhxO2_Ir1nwNcwPfVRFpIp8QUFVO9nOGWhsOE37kty8jcACOayg0T-eAfACHlBZJbvxyishzHbWUG-7pcVZias_vmdoOXtR95EPFf-cT1RMF2RUOB2xyW-Ljb8fuopjxqJ4PCHymEjM/s320/geisha.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5229940399277019362" /></a><br /><br />Hay rostros de mujer que se repiten, y por eso también es buena la vida.<br /><br />Son rostros de otra época que vuelven y nos rebasan, y que al hacerlo nos confunden aún más en este tiempo que llamamos nuestro. Tiempo nuestro..., remiendo de aquel momento y aquel otro, acartonada sombra de lo que fue, residuo de eternidad que se alimenta de lo vivido y luego nos abandona para seguir siendo ella, la eternidad, en cualquier parte. Tiempo nuestro..., pleamar incontenible en cuyas aguas ya no queda ni fango primitivo, ni átomo de la tierra de origen.<br /><br />Pero éste era un rostro que no había visto nunca, y se mantenía en mi retina como parecía saberlo el ruiseñor que al amanecer, escondido en el lindero del bosque, me recordaba que llegaba tarde al zoco de los Encantes.<br /><br />Salí con el rostro a la carrera pendiente abajo. Lo había visto, el rostro, el otro día a la altura de la plaza Sanllehy, cuando subía en autobús hasta mi casa. Qué rostro más hermoso, me dije, al descubrir a la japonesa sentada frente a mí, y como no sé si estas cosas de óptica son recíprocas, no sabía si la joven, mirando por la ventana, también veía mi rostro reflejado en ella, por lo cual, para que los reflejos no se incordiaran, yo también fui moviendo alternativamente la cabeza hacia el mar y hacia la montaña, como hacía ella procurando que no se le pasara la parada del parque Güell.<br /><br />El centro de aquel rostro era el mentón. Era el mentón como el sol a punto de rayar el alba. Su alba era la boca pequeña, los labios nítidos, labios gruesos y del propio color. Los ojos, negros, cargados de susto y melancolía, como saben expresarlo solamente los orientales. Sus pómulos eran la nieve del Fuji, porque no recordaba el nombre de otro volcán de sus islas. Yo la miraba y me sentía el caracolito del haikú de Batsuo que sube por la falda de la montaña, despacio. El pliegue de sus párpados era el enigma, era la poesía. Como la poesía no se toca, me guardé de llegarme hasta su asiento y pedirle:<br /><br />―Señorita japonesa, permítame que roce con la yema de mis dedos la raya rasgada de sus ojos.<br /><br />La poesía era el tembloroso vaivén de su rostro en el cristal, festoneado con las sombras y los relumbres del atardecer.<br /><br />Yo la iba mirando a trechos y de reojo, como se hace con los gatos para no incomodarlos. De buena gana le hubiera dado libre a todo el pasaje, por quedarme a solas con la poesía, acercándome, admirándola de soslayo, tratando de definir aquel reflejo, y protegiéndolo y animándolo como se hace con un fuego tierno.<br /><br />Y eso que la joven japonesa llevaba una boina, a la parisién, de ganchillo.<br /><br />Se bajó donde era previsible. Pero, para mi sorpresa, tiró hacia arriba, hacia la montaña. Ya está, me dije, razón de más para bajar en la parada siguiente ¾que era de todos modos la mía¾ y mostrarle el camino hasta el parque Güell. La joven japonesa se detuvo a la mitad, entre mis reinos salpicados de cartones y jaramagos y los reinos del conde Güell. Con su boina. Se plantó en la cuesta que seguía hasta el Carmelo y se volvió hacia el paisaje, la ciudad a sus pies, entre la torre Agbar y Montjuïc, la Sagrada Familia haciendo juego con los barcos de juguete, las grúas y las plumas del puerto desangelado.<br /><br />En otro tiempo hubiera pensado: Éste es un rostro que no volveré a ver jamás, como aquel hierbajo entre los resquicios de las almenas coloradas de Fez, como aquellos roquedos a las afueras de Venecia, como aquellas latas tiradas en la frontera entre El Salvador y Guatemala. Como la cantinera, china, de aquel mesón de comidas guatemalteco que arrastraba demasiados atrasos en el alquiler, y que no sé si la patrona india la habrá desalojado a tiros.<br /><br />Pero adonde quiera que la suerte todavía me tumbe, reconoceré su rostro y con familiaridad le diría:<br /><br />―Tú eras la joven del autobús del parque Güell.<br /><br />Ella también habría escrito en su diario japonés la visión de Barcelona desde lo alto, para lo cual planeó con minuciosidad la jornada, la hora en que el sol dice adiós a la tierra y deja en el suelo el resplandor que baña en diagonal los edificios, el puerto ya en penumbra, ya la luna encendida desde el golfo de Lyon, ya los aviones cruzando de puntillas la montaña de Montjuïc, sus nichos y sus nidos de cuervos marinos.<br />La joven japonesa me reconocería adondequiera que la suerte la tumbase.<br /><br />―Tú eras ―me diría― el espectro que subía conmigo en el autobús el día en que decidí morir. Tú eras el reflejo que no dejaba reposar al mío en el cristal de la ventana. Tú ibas hacia la noche y yo quería abandonar el día y la noche, el mar y la montaña, la permanencia y el regreso. Por eso mi rostro se hizo rostro en tu recuerdo, para que el recuerdo se lo llevara a su antojo. Por eso ya no tengo rostro. Por eso logré morir y fundirme a la ciudad que contemplaba. Por eso el rostro que tú reconoces hoy, es el rostro de cualquiera. Vacío y liberado, como el tuyo propio. El rostro, los rostros, en los reflejos de la ventana de aquella tarde de primavera.<br /><br />Y añadió: ¾No hay más misterio ¾y desapareció.</div>Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7948541808217803911.post-43520392560841243452008-08-31T09:33:00.003-07:002008-09-03T04:36:44.766-07:00<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhNrPdpYC7ib6RZj-Nn6zL6z38dSycEjgjZKzyOUtWhky2DlRtMu6LXQubJkqY1PA58YNJADPcc2_INrWrM07J8uonhz_KzkatnfQxiu1fh89fhqtn1KCf0-KoHIX4K9J9pzG9KspexGrg/s1600-h/Domenico-Chiappe.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhNrPdpYC7ib6RZj-Nn6zL6z38dSycEjgjZKzyOUtWhky2DlRtMu6LXQubJkqY1PA58YNJADPcc2_INrWrM07J8uonhz_KzkatnfQxiu1fh89fhqtn1KCf0-KoHIX4K9J9pzG9KspexGrg/s320/Domenico-Chiappe.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5229941918916234418" /></a><br /><br /><div align="justify"><strong>Doménico Chiappe (Lima, Perú, 1970).</strong> Se crió en Venezuela desde 1974. Buzo y criador de camarones, en la isla de Margarita. Empleado financiero, obrero, músico y periodista, en Caracas. A los 30 años emigró a España. Ha publicado la novela <em><a href="http://www.lafabricaeditorial.com/cgi/php/ficha.php?vari=nov&tipotienda=a&libro=237">Entrevista a Mailer Daemon</a></em> (La Fábrica, 2007) y el libro de relato corto <em>Párrafos Sueltos</em> (Universidad Complutense, 2003). Es autor de la obra multimedia <a href="http://www.newmedios.com/tierra/">Tierra de Extracción</a>. Posee diversos papeles, como el Diploma de Estudios Avanzados en Humanidades por la Universidad Carlos III y el título de Especialista en Guiones Audiovisuales por la Universidad Complutense. Dicta el taller de Periodismo Literario, herramientas narrativas para periodistas, en Ediciones y Talleres de Escritura Creativa <a href="http://www.fuentetajaliteraria.com/">Fuentetaja</a>. Administra el blog <a href="http://cronicasyotrasnaranjas.blogspot.com/">Crónicas y otras naranjas</a>. (Foto: E.Córdoba)</div>Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7948541808217803911.post-73624823334022193422008-08-31T09:33:00.001-07:002008-09-03T04:36:29.981-07:00<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6wS7G4kKfx6r2_QGM2v2b1xQbBUJcKVRTOaBkD0Ql-TMR2J7ewJEUT8ScReZvQJdsa7S-apqmiw9A4pGSBhE-TG3G2vrViHhKKxMhxojN2XSdcl8zzPyljAKgbFfCY2H9vwVIQhahdwg/s1600-h/catano.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6wS7G4kKfx6r2_QGM2v2b1xQbBUJcKVRTOaBkD0Ql-TMR2J7ewJEUT8ScReZvQJdsa7S-apqmiw9A4pGSBhE-TG3G2vrViHhKKxMhxojN2XSdcl8zzPyljAKgbFfCY2H9vwVIQhahdwg/s320/catano.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5229943413006275970" /></a><br /><br /><div align="justify"><strong>José Carlos Cataño (Islas Canarias, España, 1954).</strong> Realizó estudios de Bellas Artes en Tenerife y de Filología en Barcelona, ciudad en la que reside de manera habitual desde 1977.<br />Su obra poética se inicia con <em>Disparos en el paraíso</em> (Edicions del Mall, 1982), continúa con <em>Muerte sin ahí</em> (Edicions del Mall, 1986), <em>El cónsul del mar del Norte</em> (Pre-Textos, 1990), <em>A las islas vacías</em> (Ave del Paraíso, 1997) y <em>En tregua</em> (Plaza & Janés, 2001), y ha sido revisada y corregida en <em>El amor lejano. Poesía reunida, 1975-2005</em> (Reverso, 2006).<br />Narrador y ensayista, ha publicado la novela sefardí <em>De tu boca a los cielos</em> (Edicions del Mall, 1985, y Anroart, 2007) y <em>Madame</em> (Península, 1989). <em>Aurora y exilio</em> (La Caja Literaria, 2007) reúne sus escritos de arte y poesía entre 1980 y 2005.<br />Con <em>Los que cruzan el mar. Diarios, 1974-2004</em> (Pre-Textos, 2004) ha comenzado a dar a conocer sus diarios personales, de los que se anuncia la siguiente entrega: <em>La muerte advenidera. Diarios, 2004-2008</em>.<br />Editorial Bruguera publica en septiembre su nuevo libro de poemas: <em>Lugares que fueron tu rostro</em> (2000-2007).</div>Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7948541808217803911.post-87377603866087918392008-08-31T09:32:00.021-07:002008-09-03T04:34:51.746-07:00EL VENECIANO<div align="justify"><span style="font-family:garamond;font-size:200%;color:#990000;"><em>Ernesto Pérez Zúñiga</em></span><br /><br /><div align="center"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi9vhC00NIiQ_KJcsgAbaH6fBkrWMIKwQIcXy0oiJsHb1Q9FLlh04nWVIG7PZy1RHAsPwWRVMh-AoB5ZKIwqujB7JyiZnWprI_HWmGU05Wmpq07T-sZ5HzjQdtpmvhLlDr4AozOC1QBaRs/s1600-h/dietotestadtlarge.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi9vhC00NIiQ_KJcsgAbaH6fBkrWMIKwQIcXy0oiJsHb1Q9FLlh04nWVIG7PZy1RHAsPwWRVMh-AoB5ZKIwqujB7JyiZnWprI_HWmGU05Wmpq07T-sZ5HzjQdtpmvhLlDr4AozOC1QBaRs/s320/dietotestadtlarge.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5229946459017331154" /></a><span style="font-size:85%;"><em><a href="http://www.valentinomonticello.com/dietotestadtmainpage.html">Die Tote Stadt</a>, a wine label collage</em>, de Valentino Monticello</span></div><br /><br />Vivo en la isla de los muertos, frente a la bella ciudad del tiempo. Las tres cancelas permanecen cerradas con gruesas cadenas. También ésta, cuyos adornos de hierro aprietan mis manos. Al otro lado de la cancela algunos escalones descienden al mar, a las suaves ondas sobre las que nada en este instante un pájaro estilizado y oscuro. Se picotea el pecho. Vigila el este y el oeste. Y al fin se sumerge para matar un pez. Son las aguas que quebrantan la ciudad más hermosa del mundo, donde los canales esquinan el pasado de cada palacio, y mi propio pasado desde luego.<br /><br />Desde aquella otra orilla, tiempo atrás, durante muchas tardes en el muelle, he observado esta isla de los muertos con admiración y congoja. Los cipreses, las grandes puertas ojivales, las corrientes azules y los últimos cobres del sol.<br /><br />Si yo tuviera que repetir la muerte, elegiría justo este lugar. Abriría esta misma cancela y, después de bajar los escalones hasta el último que lame el agua, ataría a mi pecho una piedra pesada, cualquiera, gracias a la cual me hundiría rápidamente en el canal que separa de Venecia este cementerio, delante de esa ciudad frágil que he amado tanto, y que sin embargo seguirá durando más que yo.<br /><br />Si yo tuviera que morir de nuevo no encontrarán mi cuerpo, puesto que habrá bajado con el peso de la piedra hacia los cimientos de esta isla que no se ahoga.<br /><br />No hay un sonido silencioso como el de este agua profunda que socava la isla con lenta infinitud.<br /><br />El sonido de peces, crustáceos y moluscos, millares porque nadie se atreve a pescar aquí, refugiados en las oquedades sumergidas.<br /><br />Y, más arriba, murmuran las pequeñas olas sobre los muros del cementerio.<br /><br />Agarro las rejas oxidadas con unas manos cuya visibilidad ya no me importa.<br /><br />La contemplo, lleno de nostalgia. Una vez más, Venecia.<br /><br />Suenan las campanas de la ciudad de los vivos y alcanzan la de los muertos. Y no sé si echo de menos a los seres que todavía la habitan o mejor, y casi solamente, un último paseo, sentir frío en los pequeños puentes que cruzan los canales.<br /><br />Una vez más, me despido.<br /><br />Vuelvo hacia la avenida central del cementerio, para girar a la derecha, buscar sitio. </div><strong></strong>Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7948541808217803911.post-82599934668986947602008-08-31T09:32:00.017-07:002008-09-03T04:33:21.163-07:00ENVENENAMIENTO TEXTUAL<div align="justify"><span style="font-family:garamond;font-size:200%;color:#990000;"><em>Juan Carlos Chirinos</em></span><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiQXmY77UvKsSdv80etlG4OV9AYDM6EGPle4TcCNW9-pLt0IPhdX60dhtvDT1-NEtx9Rd1Jotc8et70cMlSmx3I9dui9HKaSVgTdG-pprRniezVGtWSXPjJHFMJw21MkixmNSX05bqPmzI/s1600-h/ghostwriter.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiQXmY77UvKsSdv80etlG4OV9AYDM6EGPle4TcCNW9-pLt0IPhdX60dhtvDT1-NEtx9Rd1Jotc8et70cMlSmx3I9dui9HKaSVgTdG-pprRniezVGtWSXPjJHFMJw21MkixmNSX05bqPmzI/s320/ghostwriter.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5230064462771419650" /></a><br /><br />—Terminé —dijo el negro.<br /><br />—¿Puedo firmar? —contestó el autor.<br /><br />—¿Puedo cobrar <em>antes</em>? —propuso, a su vez, el negro.<br /><br />—No veo por qué no, siempre que me entregues el manuscrito —aseguró el autor a punto de ser cordial, mientras miraba engolosinado el bloque de hojas impresas con su texto. —Debo enviarle <em>mi</em> novela a <em>mi</em> agente para que negocie un nuevo contrato con <em>mi</em> editor.<br /><br />—¿Ellos me conocen? —dudó el negro.<br /><br />El autor lo miró con la sorpresa de quien se encuentra una espora oscura e ignorante en la camisa de su frac.<br /><br />—¿Tú qué crees? —le lanzó con desprecio mientras colocaba dos apetitosas montañitas de billetes sobre el manuscrito.<br /><br />El negro pensó que le mancharían el trabajo de varios meses, pero de inmediato borró esa perniciosa idea de su cabeza y se concentró en lo que importaba: tenía frente a él al menos dos años de holgura económica. Y no los iba a malgastar pensando en ningún tipo de literatura. No por el momento.<br /><br />—Comprendo —respondió mansamente, y recogió sus billetes nuevos, recién salidos del banco.<br /><br />—Ahora largo, quiero revisar <em>mi</em> trabajo —amenazó el autor con la displicencia del vendedor que ya ha cerrado un trato.<br /><br />—Como quiera —respondió en el mismo tono manso el negro, mientras se las ingeniaba para esconder tantos billetes en sus pantalones viejos y su chaqueta percudida.<br /><br />El autor se alejó, rumbo a su estudio, y el negro pudo escuchar el tuntún de las pequeñas bombas de relojería que había dispersado por toda la novela con la pericia de un soldado de los Balcanes: los párrafos más raros de García Márquez, de Gallegos, de Auster, de Gogol y hasta de Bárbara Cartland aguardaban entre los folios su momento, como huevos prehistóricos a punto de regresar a la realidad.<br /><br />La mañana soleada le previno: sin embargo, no todos los días son así de luminosos.</div>Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7948541808217803911.post-67711588973071515892008-08-31T09:32:00.015-07:002008-09-03T04:33:00.634-07:00UN MONTÓN DE PEQUEÑOS TROZOS DE ALGA<div align="justify"><span style="font-family:garamond;font-size:200%;color:#990000;"><em>Nicolás Melini</em></span><br /><br /><div align="center"><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/WUkofHTI6Y4&hl=es&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/WUkofHTI6Y4&hl=es&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object></div><br /><br />Un día antes, para ser exactos, Lola se había ido de casa. Estaba en un hotel de la isla. Ella era de fuera, así que no tenía familia a la que acudir. Cogió una maletita y se fue a un hotel. Yo había sido poco convincente al negar que hubiera estado con Laura. No sé por qué pero sonreí ante todas aquellas recriminaciones suyas (como si no me importase que lo supiera). Si hubiese hecho un pequeño esfuerzo… Si le hubiese dicho que no, que estaba equivocada, que yo no la había traicionado con nadie… Pero no lo hice. La vanidad pudo más y sonreí seductor, como si encima estuviese orgulloso de ello. Ella cogió sus cosas y se marchó.<br /><br />En realidad no me preocupó demasiado oír cómo abandonaba la casa, el coche en la tierra de enfrente y luego verlo salir a la carretera (Gabriel era demasiado chico para darse cuenta, además no estuvo presente cuando su madre se marchó); al contrario, fue un pequeño alivio sentir la casa vacía, el niño y yo solos. Pensé en llamarla enseguida y disculparme, al fin y al cabo había sido por mi culpa, pero supuse que ella necesitaría tiempo; un poco de tiempo.<br /><br />Tampoco me inquieté cuando ella no regresó por la noche. Me había dicho “Me marcho”, quería castigarme un poco y estaba en su derecho; ya había comprendido que buscaría la manera de no volver para dormir.<br /><br />A Gabriel no me costó convencerlo con una excusa cuando preguntó por su madre. Llegado el momento le di la cena. Estuvimos jugando un rato. Se ponía encima de mí y me pegaba y me estrujaba la cara. Yo lo había aleccionado desde el principio y ahora me costaba conseguir que parase; le decía que no, o lloraba como si me hubiese hecho daño, pero a veces ni por esas, él seguía erre que erre, castigándome los cachetes, la nariz, las cejas, con sus torpes manos.<br /><br />Cuando estaba a punto de acostarlo llamó Lola. Me dijo que estaba en el hotel. Yo le dije que bien, que no se preocupase, y luego nuestra conversación se llenó de tensos silencios. Supongo que esperaba que yo me excusase, que le implorase, algo, pero yo quería dejar las cosas así un poco más, que le diese tiempo a reflexionar. Todo estaba bajo control, ya tendría ocasión de pedirle perdón y todo eso. Así que resolví decirle que le iba a poner a su hijo y le di el teléfono a Gabriel. “Dile hola a mamá”, le susurré. “Mamá… ¡Hola mamá!”, dijo él. Luego le contó que acababa de cenar y ella debió de preguntarle qué, porque respondió que un huevo frito y puré y una salchicha. Lo dijo como si fuese algo glorioso. Se volvió hacia mí y me devolvió el teléfono.<br /><br />De nuevo con palabras entrecortadas —mucha torpeza por ambas partes—, me despedí y colgué.<br /><br />Al día siguiente todo fue estupendamente. Era día de fiesta, no tenía que ir a la empresa, así que no me vi en la obligación de buscar a alguien que se ocupase del niño. Pasaríamos juntos el día, en la casa. Sin embargo, en algún momento me di cuenta de que algo extraño pasaba. Lo había creído en su habitación, dormido, pero cuando fui a ver no lo encontré.<br /><br />Se habría despertado… Yo había estado oyendo música un rato. Tampoco mucho, pues estaba pendiente de él. Apenas escuché un par de temas y enseguida noté algo raro, y fui a la habitación, y miré en su cama, y me inquieté al ver que no se encontraba allí. Tras llamarlo por toda la casa observé que la puerta de atrás estaba abierta. No sé cómo, pero estaba abierta. De todos modos me extrañó mucho que el niño hubiese salido por allí, tan pequeño, que hubiese saltado al camino lleno de piedras y escombros. Me pareció inverosímil que algo así pudiese suceder, estuviese o no la puerta abierta, y a pesar de todo me asomé a mirar.<br /><br />A un lado y otro del camino no había nada; sólo el terreno en cuesta, irregular, accidentado. Del estanque enorme, casi vacío, averiado, sólo pude ver el otro extremo; la pared contraria, seca y soleada. Pero aún así descendí y miré desde la tela de alambres.<br /><br />Al principio no alcancé a ver nada, pero recorrí la pared a lo largo sin perder de vista el fondo enlodado, hasta que alcancé su extremo y descubrí aquel odioso agujero en la alambrada, imprescindible para poder alcanzar el estanque, y me estremecí. Apenas llegué al borde y miré adentro vi a Gabriel boca abajo, flotando, la cabeza completamente dentro del agua, enredado en las algas.<br /><br />No sé si emití algún sonido. La desesperación me resultó una experiencia sorda, y ni siquiera sé muy bien cómo alcancé la escalera. Apenas descendí un par de escalones salté y corrí por el fondo seco y me adentré en el agua apartando el lodo y las algas y levanté a mi hijo (lo arranqué de todo ello) y lo alcé contra el pecho, mirándolo para cerciorarme de que estaba muerto, completamente muerto, de un modo tan absoluto e irreversible.<br /><br />Lo abracé. Yo soy un hombre grande, he sido jugador de rugby. Pero aquella desesperación me cambió la vida. Subí las escaleras con mi hijo en brazos. Estaba alterado, lloraba con desesperación, no sabía qué hacer, entré en la casa y deposité su cuerpo encima de la cama. No de su cama, sino de nuestra cama de matrimonio. Entonces fui a por el teléfono móvil (yo estaba mojado, el agua sucia del estanque por toda la camisa y los pantalones, y tuve que sacudirme de encima algas y restos de fango), llegué junto a la puerta de atrás y marqué el teléfono de Lola.<br /><br />—Lola —mi voz tembló—, el niño…<br /><br />Ella respondió a la defensiva, tratando de mostrar su enfado por lo sucedido entre nosotros.<br /><br />—Qué pasa.<br /><br />—El estanque…<br /><br />—¿¡Qué ha pasado!? —se alarmó.<br /><br />—Es que… Lola ven por favor, ven rápido por favor Lola te lo pido, Gabriel... —se me ahogó su nombre.<br /><br />Cuando colgué, volví la cabeza hacia el interior de la casa y miré el reguero de agua que recorría el suelo, pero no tuve el valor de regresar junto al cuerpo de mi hijo. Me arranqué la camisa y traté de limpiar de mis brazos y mis hombros y mi cara los restos de alga y toda aquella suciedad.<br /><br />Sin embargo no acabé la operación, ni siquiera me quité los pantalones o los zapatos. No podía dejar que Lola viese a Gabriel así, y fui hasta la puerta principal.<br /><br />En cuanto llegó salí a su encuentro. Ella descendió del coche, estaba llorando con una desesperación y una incredulidad furibundas, y vino hacia mí con la intención de entrar en la casa.<br /><br />—¡Gabriel! —gritó.<br /><br />Yo extendí los brazos haciéndole ver que quería que se detuviera, pero ella trató de esquivarme y no me quedó más remedio que sujetarla.<br /><br />—¡Gabriel! —gritó de nuevo— ¡Gabriel! —se desesperó mientras yo la abrazaba —¡Suéltame hijo de puta! —Yo no la dejé.<br /><br />Me golpeó con furia pero yo no quería que viese al niño así, mojado y muerto, y traté de sujetarla nuevamente.<br /><br />—¡Hijo de puta, suéltame! ¡Dónde está! ¡Déjame! —y continuó golpeándome. Lola es pequeña, pero luchó entre mis manos y volvió a gritar—: ¡Déjame, cabrón! ¡Déjame!<br /><br />—¡Lola!, ¡Lola! ¡Por favor, espera! —yo la sujetaba.<br /><br />Intenté no hacerle daño. Pero ella seguía chocando contra mí.<br /><br />—¡Mi hijo!<br /><br />—¡Lola, por favor, escúchame!<br /><br />Me golpeaba el pecho, el rostro, y yo se lo permitía. Dejaba que me hiciera daño pero le impedía pasar.<br /><br />—¡Suéltame!, ¡déjame verlo!<br /><br />—¡No, Lola, no! ¡Escucha!<br /><br />—¡Nooooo…! ¡Mi hijo! ¡Dónde está! —me dio un manotazo— ¡Noooooooooo…! —hizo un nuevo esfuerzo, trató de zafarse y tuve que agarrarla por la cintura. Ella cayó al suelo.<br /><br />Lloraba exhausta.<br /><br />—¡Lo siento, Lola, no sé cómo pudo pasar…! ¡Lo siento!<br /><br />—¡Gabriel! —lloraba ella— ¡Mi niño…!<br /><br />—¡Lo siento, Lola, lo siento mucho, mi amor, lo siento de veras! —yo estaba llorando también.<br /><br />Pero Lola no alzó la vista, seguía llorando y temblando; el pelo, los brazos, la cara, mojados y sucios de pequeños trozos de alga.</div>Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7948541808217803911.post-91539334792141569602008-08-31T09:32:00.013-07:002008-09-03T04:32:31.579-07:00MÁXIMO<div align="justify"><span style="font-family:garamond;font-size:200%;color:#990000;"><em>Juan Carlos Méndez Guédez</em></span><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgb2R4ZldyHPIJoVUgpFF-9dvwuynux0l6LSHBS3sqekrVcq2wye6Lg-RmR4EW57CTAA5ivy77L5SUZJvWzWdyFMr6Z6WEHWmAyhyphenhyphenr6W_zgMqzRBNaUNhuKCaintD8aWJnuqvm2DD6P4T0/s1600-h/cortazar+mas+peque.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgb2R4ZldyHPIJoVUgpFF-9dvwuynux0l6LSHBS3sqekrVcq2wye6Lg-RmR4EW57CTAA5ivy77L5SUZJvWzWdyFMr6Z6WEHWmAyhyphenhyphenr6W_zgMqzRBNaUNhuKCaintD8aWJnuqvm2DD6P4T0/s400/cortazar+mas+peque.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5229960861711141666" /></a><br /><br /><div align="right"><span style="font-size:85%;">A Juan Casamayor</span></div><br /><br />Máximo Díez publicó su primer libro en febrero de 2007. Una colección de relatos alrededor de las fotos de Cortázar, y dos novelas breves: una protagonizada por mujeres desnudas nadando a la medianoche en el Sena, y otra por hombres desesperados que cantaban con voz rota canciones del Binomio de Oro.<br /><br />Máximo Díez publicó su primer libro en octubre del 2007. Un grupo de aforismos, mezclados con pequeños ensayos, mini cuentos, y una parte de su diario. Textos que guardaban como un hilo común la descripción perenne de las orejas del propio Máximo (grandes, incongruentes) y de la ciudad de Guadalajara.<br /><br />Máximo Díez desde Bogotá conoció por Internet el libro de Máximo Díez en Guadalajara. Máximo Díez en Guadalajara conoció por Internet la existencia de Máximo Díez en Bogotá.<br /><br />Pudieron intercambiar un correo electrónico; coincidir en un foro; enviarse una de las antiguas cartas a sus respectivas editoriales. Pero sólo se ignoraron.<br /><br />Máximo Díez publicó una novela.<br /><br />Máximo Diez publicó una novela.<br /><br />Máximo Díez ganó un premio.<br /><br />Máximo Díez gano un premio.<br /><br />A Máximo Díez le contrataron un par de novelas en España.<br /><br />A Máximo Diez le contrataron un par de novelas en España.<br /><br />Máximo Díez y Máximo Diez fueron invitados a un evento literario en Gijón.<br /><br />Coincidieron en una mesa redonda; llevaron con humor las constantes confusiones; firmaron los libros del otro; suspiraron una y otra vez al comprobar que los lectores realizaban una reconstrucción entusiasta en la que entremezclaban la obra de ambos.<br /><br />Una noche varios de los participantes del evento fueron a beber copas.<br /><br />Máximo y Máximo aguantaron hasta el final. Bebieron y bebieron y nunca llegaron a estar ebrios.<br /><br />El resto del grupo se marchó.<br /><br />Quedaron Máximo Díez y Máximo Díez.<br /><br />Caminaron hasta la estatua de Pelayo. Compartieron cigarrillos, hablaron sobre Kafka, sobre Mann, sobre Estefanía de la Fuente.<br /><br />Cuando el cielo vibró con un primer resplandor, Máximo y Máximo se colocaron frente a frente.<br /><br />Máximo y Máximo contemplaron de reojo al cielo.<br /><br />El sol apareció desde el mar.<br /><br />Luego sólo se escuchó un sonido.<br /><br /><em>(inédito)</em></div>Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7948541808217803911.post-30788905091469238512008-08-31T09:32:00.011-07:002008-09-03T04:32:09.010-07:00LEOCADIO ORTEGA: ELEMENTOS DE UN NAUFRAGIO<div align="justify"><span style="font-family:garamond;font-size:200%;color:#990000;"><em>Nicolás Melini</em></span><br /><br /><div align="center"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgrbg8mmIK57njvEnuZT7VvpJ6XZaYOhsz-c6K2O2VtaybW-n_XlzBjqqWc28S4pss23SoV8t_aWMD_o1xdemerkXKjbDLBCaQvxu2iFThGxlsBss-_lgFrZUTtj7umuX7WL6QHCDgqqpo/s1600-h/Elsa+L%C3%B3pez+y+Leocadio+Ortega+16+de+marzo+de+1991.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgrbg8mmIK57njvEnuZT7VvpJ6XZaYOhsz-c6K2O2VtaybW-n_XlzBjqqWc28S4pss23SoV8t_aWMD_o1xdemerkXKjbDLBCaQvxu2iFThGxlsBss-_lgFrZUTtj7umuX7WL6QHCDgqqpo/s320/Elsa+L%C3%B3pez+y+Leocadio+Ortega+16+de+marzo+de+1991.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5229962401102747842" /></a><span style="font-size:85%;">Elsa López y Leocadio Ortega el 16 de marzo de 1991</span></div><br /><br />No he conocido a nadie que se haya puesto tantos obstáculos para escribir. Hay personas que parecen caminar hacia atrás, como los cangrejos. De lo que fueron capaces, poco a poco, dejaron de serlo. Yo mismo temo a veces ser un poco así. Aunque tal vez lo que pase es que, con cierta frecuencia, creo de mí todo lo que descubro posible en los otros. Leocadio Ortega fue un prodigio al principio, se presentó a un montón de premios literarios con cuentos y poemas, sólo por el dinero, y ganó algunos. De aquellos cuentos y poemas no sé que se hizo. Tengo la sensación de que Leocadio no los consideraba. Hasta el punto de que acaso formen parte de lo que ya es un mito, pues el propio autor los olvidó en un limbo al no recuperarlos nunca. Lo que sí dio a luz fue un libro estupendo, Prehistórica y otras banderas, y un poema maravilloso, Elementos de un naufragio, que publicamos precisamente en una revista literaria que hacíamos por entonces en la isla de La Palma, los Cuadernos Literarios Azul. En aquellos tiempos, Leocadio ya se había mostrado como un ser demasiado frágil, muy tímido, que bebía mucho y se manejaba mal en las cosas elementales de la vida. Creo que, con todo ello, suscitaba el que muchos quisieran echarle un cable, a ver si con un poco de ayuda salía de allí. Recuerdo la noche en que le presentaron su libro en la casa de cultura de su pueblo, Barlovento, en el norte de la isla. En el recinto no cabía un alma, había gente de pie por todos lados, y se respiraba un aire extraño, como si se hubiera corrido la voz de que Leo publicaba un libro y había que ir a arroparlo. Las calles del pueblo estaban vacías. Todo el mundo se encontraba en la casa de la cultura. Era un gesto tan solidario por parte de aquellas gentes que resultaba emotivo. La presencia de todos allí. Su expectación. Uno de esos bellos actos de amor colectivo que escasamente presenciaremos a lo largo de nuestra vida. Después de las palabras de Elsa López, poeta, editora del libro, llegó el turno del autor y un silencio tenso, de magnífica expectación, se hizo en el recinto. Leocadio pareció disponerse a hablar, con los ojos grandes y limpios como los de un niño, pero, a pesar de hacer un gesto que indicaba que iba a abrir la boca, se quedó así, callado, mirando al frente con los ojos grandes, incapaz, paralizado, mientras la expectación se transformaba en un aplauso de apoyo –vamos, Leo, tú puedes—, y a él le brillaron unas lágrimas de impotencia en los ojos, quieto, mirando al frente, mirando a todos y a ninguno. Por fin Elsa llegó en su auxilio para disculparlo porque estaba muy emocionado y no podía hablar, distendiendo la situación hasta que todo el mundo comprendió que las palabras de Leo no se producirían. Así que en la presentación del único libro que publicaría, en el día más importante de su carrera literaria, Leo no dijo nada. Por eso cuando descubrí el libro Bartleby y compañía me acordé de él. Si Vila-Matas lo hubiese conocido, si hubiese estado allí… Aquel momento lo inmortalizó Miguel Calero y esa fue la fotografía que publicamos en el primer número de Azul, junto al premonitorio poema Elementos de un naufragio. Un poema que parecía estar ligeramente por encima de los poemas del libro, pero que además hablaba, desde su título, del proceso vital en el que ya debía de encontrarse Leocadio. A menudo se emborrachaba y dormía por ahí en cualquier banco. Se caía y se rompía las gafas. Años más tarde le dediqué un capítulo de mi libro Cuaderno de mis mayores, y allí relaté cómo con las poquitas ventas de los Cuadernos Literarios Azul le comprábamos unas gafas nuevas, o el día que recibió una ayuda económica del Cabildo Insular, para que escribiese un libro trazado por varios géneros, y, ni corto ni perezoso, se dirigió al campo de fútbol de su pueblo, donde tanto sopla el viento, y los tiró al aire en medio de un partido: los aficionados corriendo tras los billetes, recolectándolos, para luego llevárselos a su familia. Me llamaba por teléfono desde alguna cabina y me pedía un chándal, o unos tenis, porque tenía que ir a Tenerife a hacerse un tratamiento (el nervio del codo, decía, lo tenía dañado, era degenerativo, no podía escribir), quedábamos en algún sitio y se los daba. Eran los primeros años de los noventa. A menudo cogía la guagua en su pueblo y se dirigía a Santa Cruz de La Palma. Se recorría todos sus bares, bebía mientras le quedase algún dinero o le invitaran. Por las noches dormía en un banco debajo del Ayuntamiento o se dirigía hacia el puerto (alguien me dijo que se lo encontró allí, durmiendo entre unos containers). En aquellas ocasiones siempre había alguien que lo cogía por banda y le decía toma, Leo, para la guagua, pero cógela, no te lo gastes, márchate para casa; y muchas veces esa persona era Carlos Hernández, alma mater de los Cuadernos Literarios Azul, hombre de radio, y el verdadero responsable de que sus poemas hayan llegado hasta aquí. Es increíble cómo el tiempo transcurre a una velocidad a menudo tan distinta para unas personas que para otras. La vida de todos nosotros habrá experimentado algunos cambios desde entonces. Piense cada cual dónde se encontraba en 1991 y dónde ahora. Sin embargo, quince años después, Leo continuaba con su costumbre de bajar a Santa Cruz de La Palma a beber y dormirse por ahí, cada vez menos capaz de alumbrar un poema. Y precisamente esa última noche, a quien se encontró fue a nuestro Carlos, su Carlos, que le dio un euro para la guagua y le dijo que no fuera tonto y se marchase para casa, que ya estaba bien. Pero Leo, en su naufragio, por el motivo que sea (nunca lo sabremos), en vez de coger la guagua se dirigió al puerto. Tambaleante. Cansado. Se sentó en algún sitio cerca del agua, dormitando, y cuando se fue a dar cuenta se vio en el mar, chapoteando sin fuerzas para permanecer a flote. Naufragando a conciencia y por desgracia para siempre, pero para siempremente siempre. No es sencillo manejarse con la idea de que Leo haya muerto. Son cosas que duelen. Ver a un escritor que admiras mojado por la muerte, sus ropas chorreantes de arriba abajo. Morirse resulta siempre un acto grotesco y absurdo. Jamás tiene sentido. Pero algunos preferirán pensar que el propio Leo lo quiso así. No pocos poetas murieron en una ambigüedad parecida; me estoy acordando ahora de José Agustín Goytisolo, o de esa gloria nuestra, desaparecida en plenitud juvenil, que fue Félix Francisco Casanova: el uno se precipitó por una ventana, a posta o sin querer, como parecía rezar la versión oficial; el otro murió en la bañera, asfixiado por un escape de gas, y siempre habrá quien piense que tal vez él mismo lo previó. Leocadio se precipitó al mar sin querer, por la borrachera, por el cansancio; o, tal vez, quiso cumplir con la terrible premonición del título de su poema. De ser así, Leocadio sería ese poeta de vida esforzadamente pequeña, para que lo único que trascienda de ella sean sus versos. Haber escrito Elementos de un naufragio y caerse al mar es una coincidencia macabra –o un último gesto poético.</div><br /><br /><div align="left"><strong>ELEMENTOS DE UN NAUFRAGIO<br /></strong><em>Leocadio Ortega<br /></em><br />Ahora que me lo pienso<br />ahora que es algo tarde, temprano y llueve<br />si alguien sencillamente me lo hubiese preguntado a tiempo<br />si a través de la bocina del bello animal del sueño tantas veces clausurado<br />si en la vigilia o fiebre de los días definitivamente vencidos me transmiten la noticia<br />si yo lo llego a saber seguro que no me coge<br />eso ni por asomo<br /><br />pero la poesía entró silbando bajito así<br />sin que yo me diera cuenta<br />sin preguntas sin pretextos sin respuestas<br />se abrió paso a puñetazos<br />y traía olores buenos en el buche<br />verdades como autopistas<br />y un atisbo de respiración caliente<br />como sol empecinado que se instala en todas partes<br /><br />luego establecimos un sistema de confianzas y pactos mutuos<br />compartimos con denuedo casa cama comida y mantel<br />fábulas y territorios de hermosa hechura<br />nutricios orgasmos avivados por el urgente combate<br />de dos cuerpos que se aman<br /><br />ella paseaba por la lluvia inaugurándola despacito<br />para no despertar sospechas y rumores innecesarios<br /><br />yo miraba con cautela por primera vez sus formas<br />sus hilos fundamentales<br />sus poderosas piernas inundadas de eficacia<br />su inequívoca manera de nombrar las cosas<br />la memoria la belleza los placeres el dolor<br />a cada una con la palabra justa e insobornable<br />porque además de torcazas cielo árboles mujeres<br />hay hambre y sufrimiento y tristeza en el mundo hay<br /><br />montones de deseos hondos y prioridades me asaltaron<br />y por vergüenza o contagio me puse a trabajar aplicándome<br />a la tarea de ordenar el caos que reinaba en la trasnoche<br />de esta sólida soledad sonora donde ya no cabe más<br />y hasta es posible que haya sido feliz sin darme cuenta<br />quien sabe si por falta de costumbre<br />no lo recuerdo muy bien porque carezco de datos<br />y me sobran charcos y desmemorias<br /><br />por eso ahora que me lo pienso<br />ahora que reflexiono<br />si llego a enterarme a tiempo<br />si llego yo a imaginar de la misa a la mitad<br />no me atrapa ni de broma<br />y se queda con las ganas para siempre<br />pero para siempre para siempremente siempre<br /><br />la verdad es que yo no sé si me explico me replico o contradigo<br />sólo quiero aclarar que me hace una falta muy honda<br />y aunque es probable que este sea mi último poema<br />mi última y torpe ceremonia para decirle adiós muy buenas que te vaya bien<br />no te olvides de mis duelos mis amores mi bufanda<br /><br />la poesía va a seguir andando palpitando germinando<br />en las nalgas de las chicas sabiamente tendidas sobre la arena húmeda<br />en los quicios de las puertas y ventanas de las farmacias de guardia<br /> donde los pobres esperan su diaria ración de globos y caramelos fríos<br />en el vientre de los niños que sin un vaso de leche en la mano interrumpen<br /> el tráfico al mediodía<br />en la proa de los buques que navegan con la única esperanza de llegar<br /> alguna vez a puerto<br />en alcobas de caprichos útiles y caricias suaves y necesarias<br />en el encaje de las separaciones del último crepúsculo que apuntó la aurora<br />en tantas y tantas cosas que no digo porque hace frío y me mordí la lengua<br /><br />y en su nombre sin duda alguna que cambia y no cambia<br />con los ojos y las bocas de los hijos que lo pronuncian.</div>Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7948541808217803911.post-46130080350279391102008-08-31T09:32:00.009-07:002008-09-03T04:31:36.485-07:00LEER A GROSSMAN<div align="justify"><span style="font-family:garamond;font-size:200%;color:#990000;"><em>Ernesto Pérez Zúñiga</em></span><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEianwCG1Qz5DR5jPDSDbOG6Qm-sYgHKyHehGLSNQXNqeA0wSLyJsNlLkIJQP24cbgxg7yfuRD8cv3uIWx4exkB09zQcgDYq53lAMtroG6P9wTfl3HL0eRO5cQW4XaHjaMxFUPOzVi8HDpQ/s1600-h/Vasili_Grossman.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEianwCG1Qz5DR5jPDSDbOG6Qm-sYgHKyHehGLSNQXNqeA0wSLyJsNlLkIJQP24cbgxg7yfuRD8cv3uIWx4exkB09zQcgDYq53lAMtroG6P9wTfl3HL0eRO5cQW4XaHjaMxFUPOzVi8HDpQ/s320/Vasili_Grossman.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5229964748630442306" /></a><br /><br />Leer <em>Vida y destino</em>, la novela de Grossman, impacta, transforma, escandaliza nuestra percepción sobre el ser humano, sobrecoge y nos llena de rabia por nuestra historia y nos llena de piedad por nuestra historia, incluso a alguien como yo, que no soy buena persona. Los soldados alemanes pedían a algunos judíos que desenterraran a otros judíos, llamados “figuras” por los soldados con el fin de despersonalizarlos por completo. “¿Cuantas figuras hay ahí dentro?” Y lo prisioneros sacaban cadáveres de hombres, mujeres y niños muertos abrazados a los cuerpos muertos de sus madres. Apilaban leña junto a los cuerpos, los rociaban de gasolina, los quemaban y luego los volvían a enterrar en el agujero. Después, al día siguiente, los soldados decían: “Eh, prisioneros, cavad un agujero”. Entonces los prisioneros, mientras cavaban, sabían que aquel agujero era para ellos, que dentro de poco tendrían delante una ametralladora manejada por alguien con un rostro, quizá, campechano o bondadoso, que los asesinaría por nada. Mientras cavaban, pues ya lo habían visto en otros, imaginaban la sangre fluyendo entre sus cuerpos como el agua entre las piedras del riachuelo: un sonido agradable, un momento de infancia. Ellos, que de niños iban conociendo el mundo, ellos los prisioneros, justo después de cavar el agujero se iban a convertir en “figuras”, que a los pocos días iban a ser desenterradas y quemadas y vueltas a enterrar hechas cenizas por otros prisioneros, que sufrirían la misma transformación de las crisálidas pero a la inversa: de personas en figuras.<br /> <br />Todo esto merece una pausa. Todo esto merece dejarlo todo atrás, salir a la calle, caminar hasta que se acabe el mundo.</div>Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7948541808217803911.post-25277180040035455392008-08-31T09:32:00.007-07:002008-09-03T04:31:10.618-07:00LISTA DE AUTORES<div align="justify"><span style="font-family:garamond;font-size:200%;color:#990000;"><em>Juan Carlos Méndez Guédez</em></span><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEifw7YCoFpoduj8aplIDLatJFLjHf6gmDwq5ROPuX9LvvkZYUms5CdSzkJZuom_jV5fPpwkh3WBFEGMI3Pg1wALWTCG-UKPzHVcgpchxn_Ti55o6okgfCyD_Mq4ANNHfPHLOKEzM7ot_bc/s1600-h/unclesamread.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEifw7YCoFpoduj8aplIDLatJFLjHf6gmDwq5ROPuX9LvvkZYUms5CdSzkJZuom_jV5fPpwkh3WBFEGMI3Pg1wALWTCG-UKPzHVcgpchxn_Ti55o6okgfCyD_Mq4ANNHfPHLOKEzM7ot_bc/s320/unclesamread.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5229980417959536834" /></a><br /><br />Alguien me dice que el crítico XX acaba de desembarcar en Bolivia. No puedo evitar sonreírme. Conozco al personaje: un gringo de rostro sanguíneo. Años atrás estuvo en Venezuela y se corrió la voz de que estaba descubriendo talento para proyectarlo internacionalmente. Se organizaron verdaderas colas para entrevistarlo (yo mismo le hice una de aquellas entrevistas pues esperaba que consiguiese editores para mis obras completas e inéditas), y después de unos días, aquel hombre logró que en el país le publicaran seis libros sobre literatura colonial.<br /><br />Nunca volvimos a verlo, pero al menos evoco con mucha alegría aquella noche cuando tuvo un encuentro con escritores y una horda de dos mil personas lo asaltó para entregarle manuscritos. La única venganza posible es recordar cómo se alejó a tomar un taxi cargado de paquetes y paquetes; cómo caminó a trompicones, exhausto, sudoroso, fingiendo que le interesaba leer todo aquello mientras nosotros lo saludábamos a lo lejos.<br /><br />No puedo olvidar que estuvo a punto de caerse al llegar a una esquina mientras fingíamos mucha prisa para ayudarlo. Luego cayó en medio del asfalto y tuvo que regresar a su hotel con los pantalones rotos, llenos de grasa, porque no dejamos de contemplarlo para impedir que se deshiciera descaradamente de todos aquellos manuscritos que nunca leería. Y así lo obligamos a cargar con ellos hasta su habitación, donde al fin los debe haber tirado en una esquina, mientras tal vez se dedicó a llamar a su esposa para contarle que ya podían comprar una nueva nevera, que ya había cobrados los dos mil dólares por recitar en una conferencia sus listas de autores, sus listas de títulos.<br /><br /><div align="center">*</div><br /><br />Viaje a Caracas después de seis años.<br /><br />Miro mi cuarto con ojos serenos, agradecidos. El olor de los libros; la fotografía de infancia; una pirámide de madera; la mandolina; el clóset de madera barnizada; una calcomanía de colores. Todo me habla y en todo hablo. Por eso niego con la cabeza cuando leo una frase de Barthes en la que explica que sus dos estudios (el de París y el del campo) eran iguales pues: “la disposición de los útiles (papel, plumas, pupitres, relojes, ceniceros) es la misma: es la estructura del espacio lo que configura su identidad. Este fenómeno privado bastaría para esclarecer el estructuralismo: el sistema prevalece sobre el ser de los objetos”.<br /><br />Si emprendiese la absurda, inútil tarea de reconstruir en Madrid este cuarto donde escribí y donde dormí tantos años, nada sería igual: cada objeto se construye con la singularidad de nuestra mirada, con la fuerza del tiempo en el que rozamos sus contornos, con el alma que le construimos.<br /><br />Los objetos al contacto con una amorosa mirada desconocen la uniformidad.<br /><br /><div align="center">*</div><br /><br />Me gustan las palabras dulces; las palabras que dan la impresión de ser pequeñas y leves como esos sonidos del viento entre los árboles: como esos silbidos de la infancia. España tiene ahora esa consistencia; cuando la oigo en boca de mi hija pienso en las pompas de jabón con las que a veces jugamos en el parque de El Retiro; pienso en nubes; pienso en esas lluvias fugaces del verano.<br /><br />Hace años el escritor Fernando Iwasaki me comentó que así como los hijos también heredaban el país de sus padres, los padres también recibíamos el país de nuestros hijos. Tiene razón. Lo vi muchas veces en Venezuela: esos italianos, portugueses, libaneses, colombianos, esos españoles que de tanto abrazar a sus hijos, de tanto caminar por la calle con ellos de la mano, de tanto escucharlos hablar, reír, sufrir, comprendían que Venezuela se les iba metiendo en los huesos y en la carne. Me gusta entonces la idea de patrias cuyo primer mapa es un abrazo.<br /><br />“La única patria es el afecto”, escribió alguna vez Rafael Arráiz Lucca. Y me gustan pensar que de tanto abrazo mi hija me ha regalado una España que es leve y dulce como una palabra de infancia. Una España que es también el amor; o esos hermanos a quienes llamamos amigos; y los años; los libros escritos; también alguna furia (esa vergonzosa directiva de retorno aprobada recientemente por Europa); pero siempre el aire limpio; las tardes enteras en una biblioteca, ciertas horas de luz; o esa imagen personal de uno de los juegos de este campeonato: el escritor argentino Andrés Neuman; el peruano Fernando Iwasaki, y yo mismo, saltando entre la alegría de los goles, porque nunca perdimos un país, sino que ganamos otro.<br /><br />Por eso esta euforia; por eso este asomarme a la ventana a mirar pasar las caravanas que ahora mismo celebran esta victoria en la eurocopa; ese gol de Torres; por eso este teléfono que no para de sonar; y esta voz afónica de tantos gritos; y esta casa en la que mi familia salta y en la que hoy se dormirá tarde, muy tarde, hasta que el amanecer nos abrace.</div>Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7948541808217803911.post-62006177768971188402008-08-31T09:32:00.005-07:002008-09-03T04:30:38.590-07:00LA RISA DEL CABALLO<div align="justify"><span style="font-family:garamond;font-size:200%;color:#990000;"><em>Juan Carlos Chirinos</em></span><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjGGbD1Mk0NQQevU-FZ9rCVL5l1B5zeokpCnxbxKYWkltHBR9f7_1jpnSSNlJQhEfTBaCDoRjFx4TrTUSaPuNZfhxiSI3KvgWTBCKcy1H8Kb0t4t_0eWWP5Zx4HwhThUkDhKnWZ67bBDOI/s1600-h/caballo.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjGGbD1Mk0NQQevU-FZ9rCVL5l1B5zeokpCnxbxKYWkltHBR9f7_1jpnSSNlJQhEfTBaCDoRjFx4TrTUSaPuNZfhxiSI3KvgWTBCKcy1H8Kb0t4t_0eWWP5Zx4HwhThUkDhKnWZ67bBDOI/s320/caballo.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5230064117559073266" /></a><br /><br />Cuando el sarcófago del dictador se abre, miles de papeles vuelan como palomas y caen sobre los acólitos, sacerdotes, intelectuales, militares, empresarios: todos, salvo su propio caballo muerto de risa, caen en la última broma del dictador que ha regido sus destinos en esa inolvidable novela que es <em>El Gran Burundún-Burundá ha muerto </em>(1952), del colombiano Jorge Zalamea (1905-1969). Acaso el destino de los charlatanes es ser el libro de chistes de los gusanos del cementerio. Sus palabras, sus cientos de miles de palabras, más abundantes que la progresión geométrica de granos de trigo sobre los escaques de un tablero de ajedrez, ocupan paulatinamente durante su vida el lugar de los intestinos, de los órganos vitales, del cerebro y, finalmente, del corazón. Lo que por fuera parece un ser humano común y corriente, hecho de carne y hueso, por dentro se va transformando, a causa de su imparable verborrea, en una biblioteca infinita sin anaqueles ni bibliotecario, tan solo con un chimpancé como único escriba, loco escriba, de sentencias sin significado conocido en lengua alguna. Palabras inconexas y balbuceos irrepetibles ocupan cada centímetro de su organismo, lo que lo hace engordar, y los demás creyendo que se trata de la obesidad propia del que gobierna sin alma desde su silla de homínido sedentario incapaz de cazar una presa para la comunidad donde vive. El gran Burundún-Burundá explota en millones de libelos y sólo su caballo ríe, porque es el único que le encuentra la gracia a descubrir que los destinos de millones de personas habían estado bajo el mando de un insensato que lo único que sabía hacer era poner en cierto orden absurdo los fonemas que lo iban ahogando por dentro. O quizás porque sabía que él, el caballo, era el único beneficiario de tanto papel: al fin y al cabo, la pulpa también es deliciosa con un poco de melaza. Este animal ríe siempre en las situaciones más desesperantes: también es el caballo que tira del carro el único ser vivo que disfruta mirando al espectador en <em>El triunfo de la muerte</em>, de Pieter Bruegel. Los caballos saben secretos nuestros que nosotros mismos ignoramos, y por eso siempre ríen. Sobre todo, si se trata de personajes como el dictador que imaginó Zalamea, tal vez sin mucho esfuerzo ante los ejemplos que han cundido y cunden tanto en la América que habla español como en la que habla inglés. Es hora, quizá de que el lector español conozca esta pequeña joya, así que debería de haber una editorial astuta que por fin la publique aquí. ¿O van a dejar que el caballo siga riéndose de nosotros?</div>Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7948541808217803911.post-14084180520807261462008-08-31T09:32:00.003-07:002008-09-03T04:30:07.257-07:00EL FABULADOR TRANQUILO<div align="justify"><strong><a href="http://www.lenguadetrapo.com/libro.php?sec=OL&item=250">Desde ahora te acompañaré a casa</a></strong><br />Kjell Askildsen<br />Lengua de Trapo, 2008<br />|152 p.|16,90 euros|ISBN:9788483810361|<br /><strong>Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo</strong><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhMPhSwdPZrW6W-rAL1iHnL99BJDF_yjBOIBDKYuKzrFfhCp8YipOoxcaeg1mPdbY6SFbSJFohEJ6jIgdX6uUh9AS83rXR5zuZDLu80mUVDnX1RVSlrFK0Ek6_3AB7BYGuBm1bT0iVakXY/s1600-h/askil.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhMPhSwdPZrW6W-rAL1iHnL99BJDF_yjBOIBDKYuKzrFfhCp8YipOoxcaeg1mPdbY6SFbSJFohEJ6jIgdX6uUh9AS83rXR5zuZDLu80mUVDnX1RVSlrFK0Ek6_3AB7BYGuBm1bT0iVakXY/s320/askil.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5229982213719801778" /></a>Es de suponer que todos los autores que practican el género del relato saben que éste debe ser “una pequeña obra de arte”, pero cuando el noruego Kjell Askildsen (Mandal, 1929) lo dice en una entrevista de Winston Manrique en <em>Babelia</em>, esas palabras cobran un sentido especial, porque significan que el autor no deja de tenerlo en cuenta en ningún momento. Y así es cómo son sus cuentos de “Desde ahora te acompañaré a casa”, el nuevo volumen que publica en España Lengua de Trapo tras títulos como <em>Últimas notas de Thomas F. para la humanidad</em>, <em>Un vasto y desierto paisaje</em> y <em>Los perros de Tesalónica</em>, y que constituye, bajo el título del que fuera su primer libro de cuentos, una recopilación de sus cuentos anteriores a los libros ya publicados aquí. Tal vez sea por su carácter antológico que este volumen se nos presenta con tanto vigor; en él no hay ni un solo cuento menor, todos poseen el estremecedor poder de la inquietud tan característica que genera normalmente Askildsen, esa sensación de transitar por terrenos movedizos, de que el mundo es un lugar ambiguo y desasosegante. Son cuentos que duelen de atmósfera y por lo que se intuye que hay en algún lugar de lo que se nos narra. A Askildsen le importa tanto el clima de sus historias que a veces ya se apunta desde el mismo título: Canícula, Final del verano, La noche de Mardon, Crías de gaviota. Pero con frecuencia comienza pintando minuciosamente la atmósfera que se respira en el lugar donde todo sucede, para terminar describiendo el clima emocional o moral en el que se desenvuelven los personajes. Un maestro. <span style="font-size:78%;"><a href="http://www.nicolasmelini.com/"><em>nm.</a></span></em></div>Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7948541808217803911.post-57270298201503115992008-08-31T09:32:00.001-07:002008-09-03T04:29:29.107-07:00EL LADO SOMBRA DE LA ESCRITURA<div align="justify"><strong>El poder en la sombra</strong><br />Robert Harris<br />|336 p.|19,90 euros|ISBN:9788425342387|<br /><a href="http://www.randomhousemondadori.es/Inicio/Inicio.aspx">Mondadori</a>, 2008<br /><strong>Traducción de Fernando Garí Puig</strong><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjvFGpbfvIYZwAWHZiLn_T6-KEYC4PTyJCG2SCRthty3IyfFf2KgceoFtfklaxXyrvlXGdelh7YFD_IYDwNgnqvxhvgwxZgb8jm-H9zX1adlM_R4oKeeLtqlVaT8X2c8PrtHbIe3Dhngvg/s1600-h/el-poder-de-la-sombra.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjvFGpbfvIYZwAWHZiLn_T6-KEYC4PTyJCG2SCRthty3IyfFf2KgceoFtfklaxXyrvlXGdelh7YFD_IYDwNgnqvxhvgwxZgb8jm-H9zX1adlM_R4oKeeLtqlVaT8X2c8PrtHbIe3Dhngvg/s320/el-poder-de-la-sombra.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5229983549806234162" /></a>Ando a la caza de bestséleres (<a href="http://buscon.rae.es/dpdI/SrvltConsulta?lema=best%20seller">superventas</a> es el término recomendado por el DPD, pero a mí no me gusta) entretenidos y bien escritos, que es como decir que me fui al vertedero de Madrid buscando una manzana que no estuviera podrida. Sin embargo, el que busca de esta manera lo hace con la fe que da la ingenuidad, con la esperanza del desahuciado, con la tenacidad del que ya ha perdido toda esperanza, con el hartazgo del que no quiere más gatos disfrazados de liebres. Prefiero esta tarea ingrata a seguir engañando mi intelecto con las sandeces de eso que los remilgos llaman la verdadera cultura literaria, o sea, una montaña de escritores mediocres que no saben cómo entretener a un lector no profesional ni saben cuáles son los caminos de su corazón. Hace tiempo que mi cabeza de lector se ha cansado de la vacuidad de las grandes propuestas, de los innovadores, de los que desprecian la literatura de género pero la devoran soñando en escribir algo de ese mismo género tarde o temprano —y, desde luego, revolucionar a un tiempo lenguaje y tendencias: el sueño de todo escritor: ser James Joyce y Raymond Chandler, Marcel Proust y Dashiell Hammett al mismo tiempo, y no se dan cuenta, qué imbéciles, de que la clave está en lo que ya Borges supo desde niño: la literatura es una enorme jodedera y gracias a got su seriedad radica en la mamadera de gallo bien administrada.<br /><br />Tantos años, pues, frente a los videojuegos tenían que dar sus frutos: ni apocalíptico ni integrado: enchufado al orgasmatrón que es la sociedad de consumo, y tan contento. Porque, si a ver vamos, entre ir a las fuentes —oscuros macedonios, severo Benito de Nursia, eutrapelia feroz de Aristófanes—, jugar Empire Earth o dormirse ante las páginas de uno de esos mutantes entre Chandler y Joyce, es preferible varias horas de edificantes bytes lúdicos, y que Huizinga los refrende generoso.<br /><br />Así que, dejándome hace tiempo de extenuantes bolañerías, regresando a la alegría de leer por el placer de que me cuenten una historia entretenida, como quien escucha a los bufones de Jacob van Eyck dar sus piruetas o como quien salta de nivel en nivel salvando los obstáculos junto a Mario, el bro, he estado hurgando en los estantes de las librerías, buscando el best seller que sustituya lo insustituible: una frase perfecta de Fante, un comentario desternillante de Firmin. He pasado por verdaderos desperdicios de papel, como la re-editada ¿novela? de Javier Sierra, <em>La dama azul</em>, una engañifa mal escrita como pocas, el chasco de Zafón, ese escritor juvenil que se declara un perseguido literario sólo porque vende y reclama ser reconocido como gran creador, una novela detestable de un tal Lovenbruck o Loenbruk o algo así y me da pereza verificar este dato (¿para qué?), y una novela pseudo policial redundante y sorprendentemente opusdeísta de Reyes Calderón (catedrática, madre de diez hijos y prolífica novelista: ¿de dónde saca tanto tiempo?), donde las mismas escenas se cuentan una y otra vez sin piedad hacia el lector sólo con la finalidad —colijo yo— de que el ejemplar en cuestión sea gordo y apetitoso de leer, aunque esto último se quede en el camino en las primeras diez páginas. Atención: este bodrio ha vendido 30 mil ejemplares (Nielsen <em>dixit</em>) así que, o los kikos son unos lectores voraces, o hay algo que se me escapa a mí de este prodigio, porque lo único que he sacado en claro yo es que todos los personajes, desde el policía enamorado y la jueza maruja hasta el poli cazurro dizque agnóstico y el asesino sidoso, pecador, resentido y —¡cómo no!— homosexual, todos, toditos, manejan una ideas católicas ultramontanas que ríete de Jorge de Burgos.<br /><br />Sin embargo, el que busca, encuentra, aunque sea para pasar el rato.<br /><br />La venganza contra Anthony Blair ha sido grandiosa. Robert Harris se despacha a gusto en esta novela contra el compinche de Bush (y, a veces, de Aznar), creando una historia que engancha desde el principio: un negro profesional es contratado por el ex primer ministro de Gran Bretaña para que termine su autobiografía, pues el negro anterior se ha suicidado (o lo han suicidado) en extrañas circunstancias. Subráyese que la novela en inglés se llama <em>The ghost</em>, pues ghostwriter es como se llama a los testaferros que en lo oculto día a día escriben los libros de tantos «narradores» que, igual en España que en el resto del mundo, se presentan como autores de cosas que no han escrito. Un sospechoso ejemplo de escritor prolífico lo tenemos en César Vidal, a quien las horas canónicas del año no le alcanzarían para escribir todo lo que publica cada año. Misterios de los tocados por la santidad, aunque yo fantaseo con que el locutor y teólogo protestante debe de tener un monasterio de 80 monjes (negros y santos) a su disposición en algún oculto rincón de Castilla, la vieja, que sin parar, ad maiorem Vidalis gloriam, escriben novelas, biografías y diatribas que luego producen pingües beneficios a la comunidad.<br /><br />Así, pues, quede manifestado mi desacuerdo con ese término usado aquí en España, negro, racista como él solo. Llamémosle, entonces, a falta de vocablo español, ghostwriter, o tal vez escritor en la sombra, hasta que la academia de la lengua, ese dinosaurio necesario, encuentre la palabra adecuada.<br /><br />Este escritor en la sombra comienza su trabajo con el ex primer ministro a cambio de 250 mil dólares, pero pronto se descubre envuelto en las trampas de su autobiografiado, de su entorno y de la política internacional, tribunal de La Haya incluido. Cualquier parecido con la política inglesa de los últimos diez años es pura causalidad fruto del enfado de Harris hacia las decisiones gubernamentales de su país en este siglo xxi asaz maléfico Aparte de esta anécdota de fácil enganche, son las reflexiones del ghost writer acerca de su trabajo y su relación con el supuesto autor lo que va hilvanando una reflexión sobre el acto de escribir para otros como una ontología del ser, una búsqueda de sí mismo en la experiencia del otro. Como el gángster, el escritor en la sombra no puede enamorarse de su cliente, ni de sus víctimas. El fallo está en establecer una relación personal, en querer expresar sus ideas, en sentir la compasión del que escribe. Qué gustazo, no fuña.<br /><br />Al final, que no voy a contar porque yo no soy ningún spoiler, la sorpresa se multiplica con el recurso del último párrafo, que los lectores entregados agradecemos, porque nos deja con esa inercia del que quiere volver a leer. Aunque yo no hago caso a eso. Muchas horas de Internet, vida benedictina y videojuegos esperan por mí para estar releyendo libros.<span style="font-size:78%;"><a href="http://www.juancarloschirinos.com/"><em>jcchg.</a></span></em></div>Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7948541808217803911.post-44957931372649551342008-08-31T09:31:00.000-07:002008-09-03T04:24:22.589-07:00<div align="center"><br /><br /><span style="font-family:garamond;color:#660000;"><span style="font-size:150%;"><br /><br /><strong>Juan Carlos</strong><span style="color:#000000;"></span><strong> Chirinos</strong></span></span><span style="font-size:150%;"><br /></span><span style="font-family:garamond;color:#660000;"><a href="http://www.juancarloschirinos.com/"><span style="font-size:150%;">juancarloschirinos.com</span></a><span style="font-size:150%;"><br /><br /><strong>Nicolás Melini</strong><br /></span><span style="font-family:garamond;color:#660000;"><a href="http://www.nicolasmelini.com/"><span style="font-size:150%;">nicolasmelini.com</span></a><span style="font-size:150%;"><br /><br /><strong>Juan Carlos Méndez Guédez</strong><br /></span><span style="font-family:garamond;color:#660000;"><a href="http://www.mendezguedez.com/"><span style="font-size:150%;">mendezguedez.com</span></a><span style="font-size:150%;"><br /><br /><strong>Ernesto Pérez Zúñiga</strong></span></span></span><span style="font-size:150%;"><span style="color:#660000;"> </span><br /></span><span style="font-family:garamond;color:#660000;"><a href="http://www.ernestoperezzuniga.com/"><span style="font-size:150%;">ernestoperezzuniga.com</span></a><br /></div><br /></span>Unknownnoreply@blogger.com