Doménico Chiappe

El asesino de mi padre se mudó enfrente de la casa de mi madre, que vive sola. El asesino de mi padre se aloja en la trastienda de una cristalería: un símbolo: no tiene por qué ocultarse. Con transparencia sesgó una vida. Desde que el asesino de mi padre se mudó enfrente de la casa de mi madre, ella ya no habla, susurra. Ha dejado de encender las luces y se esconde tras la cortina para fijar la vista en el escaparate de vidrio reflectante a través del que el asesino de mi padre puede mirar sin que le miren. Quise mudarme a casa de mi madre, pero ella se negó. Tienes una vida, me dijo, no la arruines.



POSTAL JAPONESA

José Carlos Cataño

Hay rostros de mujer que se repiten, y por eso también es buena la vida. Son rostros de otra época que vuelven y nos rebasan, y que al hacerlo nos confunden aún más en este tiempo que llamamos nuestro. Tiempo nuestro..., remiendo de aquel momento y aquel otro, acartonada sombra de lo que fue, residuo de eternidad que se alimenta de lo vivido y luego nos abandona para seguir siendo ella, la eternidad, en cualquier parte. Tiempo nuestro..., pleamar incontenible en cuyas aguas ya no queda ni fango primitivo, ni átomo de la tierra de origen.


EL VENECIANO

Ernesto Pérez Zúñiga

Vivo en la isla de los muertos, frente a la bella ciudad del tiempo. Las tres cancelas permanecen cerradas con gruesas cadenas. También ésta, cuyos adornos de hierro aprietan mis manos. Al otro lado de la cancela algunos escalones descienden al mar, a las suaves ondas sobre las que nada en este instante un pájaro estilizado y oscuro. Se picotea el pecho. Vigila el este y el oeste. Y al fin se sumerge para matar un pez. Son las aguas que quebrantan la ciudad más hermosa del mundo, donde los canales esquinan el pasado de cada palacio, y mi propio pasado desde luego.



ENVENENAMIENTO TEXTUAL

Juan Carlos Chirinos

—Terminé —dijo el negro.
—¿Puedo firmar? —contestó el autor.
—¿Puedo cobrar antes? —propuso, a su vez, el negro.
—No veo por qué no, siempre que me entregues el manuscrito —aseguró el autor a punto de ser cordial, mientras miraba engolosinado el bloque de hojas impresas con su texto. —Debo enviarle mi novela a mi agente para que negocie un nuevo contrato con mi editor.



UN MONTÓN DE PEQUEÑOS TROZOS DE ALGA

Nicolás Melini


Un día antes, para ser exactos, Lola se había ido de casa. Estaba en un hotel de la isla. Ella era de fuera, así que no tenía familia a la que acudir. Cogió una maletita y se fue a un hotel. Yo había sido poco convincente al negar que hubiera estado con Laura. No sé por qué pero sonreí ante todas aquellas recriminaciones suyas (como si no me importase que lo supiera). Si hubiese hecho un pequeño esfuerzo… Si le hubiese dicho que no, que estaba equivocada, que yo no la había traicionado con nadie… Pero no lo hice. La vanidad pudo más y sonreí seductor, como si encima estuviese orgulloso de ello. Ella cogió sus cosas y se marchó.



MÁXIMO

Juan Carlos Méndez Guédez

Máximo Díez publicó su primer libro en febrero de 2007. Una colección de relatos alrededor de las fotos de Cortázar, y dos novelas breves: una protagonizada por mujeres desnudas nadando a la medianoche en el Sena, y otra por hombres desesperados que cantaban con voz rota canciones del Binomio de Oro.