LEER A GROSSMAN

Ernesto Pérez Zúñiga



Leer Vida y destino, la novela de Grossman, impacta, transforma, escandaliza nuestra percepción sobre el ser humano, sobrecoge y nos llena de rabia por nuestra historia y nos llena de piedad por nuestra historia, incluso a alguien como yo, que no soy buena persona. Los soldados alemanes pedían a algunos judíos que desenterraran a otros judíos, llamados “figuras” por los soldados con el fin de despersonalizarlos por completo. “¿Cuantas figuras hay ahí dentro?” Y lo prisioneros sacaban cadáveres de hombres, mujeres y niños muertos abrazados a los cuerpos muertos de sus madres. Apilaban leña junto a los cuerpos, los rociaban de gasolina, los quemaban y luego los volvían a enterrar en el agujero. Después, al día siguiente, los soldados decían: “Eh, prisioneros, cavad un agujero”. Entonces los prisioneros, mientras cavaban, sabían que aquel agujero era para ellos, que dentro de poco tendrían delante una ametralladora manejada por alguien con un rostro, quizá, campechano o bondadoso, que los asesinaría por nada. Mientras cavaban, pues ya lo habían visto en otros, imaginaban la sangre fluyendo entre sus cuerpos como el agua entre las piedras del riachuelo: un sonido agradable, un momento de infancia. Ellos, que de niños iban conociendo el mundo, ellos los prisioneros, justo después de cavar el agujero se iban a convertir en “figuras”, que a los pocos días iban a ser desenterradas y quemadas y vueltas a enterrar hechas cenizas por otros prisioneros, que sufrirían la misma transformación de las crisálidas pero a la inversa: de personas en figuras.

Todo esto merece una pausa. Todo esto merece dejarlo todo atrás, salir a la calle, caminar hasta que se acabe el mundo.